miércoles, 1 de junio de 2011

el caso

Después de varrios avisos por megafonía yo todavía no me había enterrado y, al cabo de un rato, lo único que hacia erra correr ¿sin saber muy bien hacia donde? -Corre, corre todo lo que puedas- me decía Dieter mientras se comía desde fuerra del edificio su grasiento y chorreante perrito caliente. El hombre del mono amarillo continuaba dando vueltas a la manivela con lo que el cierre de la puerta continuaba descendiendo. Dieter podía haberle dicho a ese conserje que parrarra, pero no lo hizo. Se limito a gritar una o dos veces. Y eso a mi de que me servia, de nada. Yo sabía que no iba a llegar, pero aun así yo seguí corriendo. Hubiese sido una tontería parrar una vez había empezado. Faltaban varios metros parra llegar al exterior y el cierre estaba casi echado cuando algo sorprendente sucedió, al hombre del mono amarillo le dio una parrada cardiaca. No, eso nunca sucedió. Por eso me tenéis aquí declarando el motivo de por que me encontraba en la mañana del domingo dormido en la cama del escaparrate de la tienda de muebles.