Fruto de un reto con Neckrosic sale este relato algo mas "largo" que el resto de lo que habitualmente suelo escribir. Tras esta breve cabecera os dejo disfrutar de el:
Cada mañana la veo llorar.
En un ambiente fresco, verde y pacificador esta ella. Una
senda de tierra con vegetación exuberante que oculta el cielo dejando pasar
delgados haces de esa luz clara del amanecer es el lugar elegido no a placer
para tan melancólica actividad.
Recorro ese sendero cada mañana y ningún día falla. Siempre
esta ahí, llorando.
Callo al suelo tras demasiado tiempo de sufrir las
inclemencias que el mundo mostraba. No se puede aguantar tanto, al final se
desmorona y cae.
Poco a poco se fue enterrando. Cada vez más profundo hasta
que el peso que sobre ella reposaba la impidió salir. Fue un proceso lento, más
lento incluso que su caída. No era nada fácil pero era algo de lo que no podía
escapar
Es oscuro y frío pero sucede, siempre sucede, es inevitable.
El tiempo continuó corriendo a la par que seguía hundiéndose,
y en el camino hacia la profundidad bandeaba inconsciente, inerte, pasajera de
su circunstancia. Caminaba a capricho de su derredor mientras descendía sin
cesar.
No hay un ponto claro donde se conciba el fin de esto, pero
no es algo eterno.
Llego un momento en que comenzó a sentir algo diferente. No
era algo novedoso pues ya había ocurrido antes, pero lo recordaba lejano, casi
olvidado. La oscuridad y el frío fueron tornándose luminosa y cálido. Y no fue
capricho del destino pues ese conjunto que la guiaba de forma errante en un
comienzo, comenzó a ser parte de ella.
Estaban ahí.
Lentamente y con ayuda de su circunstancia sentía que
remontaba. Y así era. Ya no estaba en la profundidad. Estaba más alto. Cada vez
mas alto y seguía subiendo. No cesaba de subir y finalmente sucedió, se
transformó en algo insostenible. Su relación se empezó a enfriar. Ya no
mostraban ese calor de antaño. Había sido un duro y largo camino y se había
echo mas fuerte, había tenido el tiempo necesario para formarse y
estabilizarse. Ya no era como antes. Estaba preparada para salir al mundo.
Con paciencia esperó y el tiempo la colocó en su lugar. Lo había
conseguido, estaba fuera. Todo marchaba bien.
Pensaba que al fin podría descansar en paz pero se
equivocaba. Tras años simplemente estando, mostrando su esplendor, apareció.
Ese hombre con la mirada feliz y expresión cansada la saco de donde estaba tras
mucho esfuerzo y, después de un tratamiento embellecedor y mucho sufrimiento,
acabo ahí, donde cada mañana la veo llorando.
Y como era de rigor, se mantenía en la mañana de hoy
ocupando su lugar al borde del puente de piedra la roca de granito, maltratada
por el mundo, apuñalada por una barra de hierro envejecido de la barandilla que
sostiene, llorando como cada mañana por su herida oxidada que derrama gotas de
agua filtradas del roció en el frío invierno de su vejez.