Entra en el cubículo y apoya su espalda en la pared a la vez
que cierra las puertas. Coloca la mano sobre la llave de paso y medita.
Se siente cansado, sucio, obsoleto.
Su mirada se dirige al suelo.
Gira la llave y comienzan a punzarlo gotas frías que arrastran
todo de él.
Desliza el cansancio, la suciedad, la obsolescencia. A ello
le sigue el pelo, la piel. Se va desnudando de sus músculos, venas, tendones,
nervios. Quedan sus huesos fríos e inertes que caen como una torre que se
desmorona.
Todo ello se pulveriza, se disuelve y gira mientras es
engullido por el desagüe, el cual emite un alarido gutural como si la sopa de
restos se atragantase al desvanecerse a través de las cañerías.
Finalmente el cubículo queda vacío, impoluto, perfectamente
dispuesto para su próximo uso.
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